Lo peor es ver venir la leche y no apartarte a tiempo,
quedarte ahí, con cara de lers, en plan ciervillo campestre mirando fijamente
los focos del coche cada vez más cerca.
Lo peor es que cada fibra de tu cuerpo te esté avisando a
gritos que te apartes, que huyas, y no hacerlo, sin saber muy bien por qué.
Lo peor es que cuando te llega la leche, no te dé ni para
reaccionar, sino que sólo te llegue para balbucear de una forma bastante
lamentable.
Lo peor es querer gritar que eso es injusto, y no poder más
que susurrar.
Lo peor es echarte a la cama, y no poder dormir porque tu
cerebro está repasando por su cuenta, y de forma bastante autónoma, la
conversación más lamentable que has tenido en tu vida.
Lo peor es saber que el coche que te atropelló debe de
estar durmiendo alegremente en su cama, sin el menor remordimiento de
conciencia.
Lo peor es darte cuenta, meses después, de que tal vez
hayas cometido un gran, enorme error.